Primera lectura
Lectura del libro del Génesis 15, 5-12. 17-18
En aquellos días, el Señor dijo a Abrán:
«Sal de tu tierra, de tu patria, y de la casa de tu padre,
hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti una gran nación,
te bendeciré, haré famoso tu nombre y serás una bendición.
Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan,
y en ti serán benditas todas las familias de la tierra».
Abrán marchó, como le había dicho el Señor.
Salmo
Salmo responsorial Sal 34, 4-5. 18-19. 20-22
R/. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
La palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra.
Los ojos del Señor están puestos en quien lo teme,
en los que esperan su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre.
Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo;
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
Segunda lectura
Dios nos llama y nos ilumina
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo,
Querido hermano: Toma parte en los padecimientos por el Evangelio,
según la fuerza de Dios.
Él nos salvó y nos llamó con una vocación santa, no por
nuestras obras, sino según su designio y según la gracia
que nos dio en Cristo Jesús desde antes de los siglos, la
cual se ha manifestado ahora por la aparición de nuestro
Salvador, Cristo Jesús, que destruyó la muerte e hizo
brillar la vida y la inmortalidad por medio del Evangelio
Evangelio del día
Su cuerpo resplandecía cómo el sol
Lectura del santo evangelio según san Lucas 9, 28b-36
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a
Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte
a un monte alto. Se transfiguró delante de ellos, y
su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se
volvieron blancos como la luz.
De repente se les aparecieron Moisés y Elías
conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y
dijo a Jesús:
«Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! Si quieres,
haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra
para Elías».
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa
los cubrió con su sombra y una voz desde la nube decía:
«Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco.
Escuchadlo».
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de
espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo:
«Levantaos, no temáis».
Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús,
solo. Cuando bajaban del monte, Jesús les mandó:
«No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del
hombre resucite de entre los muertos».